El día que me iba Londres amaneció llorando, casi tanto como yo.
Así que me puse seria y tuve que tener una charla con ella, y recordarle que tenía que dejar el hotel a las 11 y vagabundear por ahí hasta las 18, así que le rogué que dejara de llorar. Caso contrario, no solamente iba a irme, sino que también me iba a enfermar.
Entendió, por suerte, y para las 10.30 ya no llovía aunque siguió bastante gris y encapotado durante el resto de la mañana (al menos mientras empecé a escribir esto, sentada en un banco frente al lago en Kensington Gardens, con los patos y cisnes en primer plano y el palacio de fondo).
Este día decidí no caminar, no recorrer, simplemente quedarme en los parques a escribir y leer hasta que fuera la hora de irme.
Entré en el Hyde Park como todos los días por su extremo noroeste, donde está el Jardín Italiano. Iba a quedarme ahí pero había mucha gente, así que empecé a caminar por uno de los lados del Serpentine desde su nacimiento, para adentrarme más en el parque. Pero a mitad de camino decidí volverme hacia el oeste e ir a Kensington, donde no había nadie excepto por unos locales paseando los perros.
Creo que el día no ayudaba mucho para que los turistas fueran al parque, lo cual me beneficiaba ampliamente.

Me quedé ahí sentada en un banco, simplemente leyendo un libro maravilloso de James que me habían regalado para el viaje.
En un ratito salió el sol y estuvo así hasta pasado el mediodía, pero luego nuevamente se encapotó y se largó a llover. Por suerte tenía mi gorrito de lluvia conmigo y me fui caminando a refugiarme en el Jardín Italiano, el único sitio con techo que se me ocurría.

El problema fue que para cuando llegué, el famoso "techo" ya estaba lleno de gente, así que terminé debajo de un árbol. Sentada ahí, con mi libro, me quedé unas horas más.
Después de un rato de estar ahí, llegó un señor bastante mayor, y se sentó en un escalón donde estaba mojándose, y lo comencé a observar. Miraba por unos binoculares y luego anotaba o dibujaba en un cuaderno. Estuvo fácil una hora haciéndolo. Creo que estaba observando pájaros...

Cuando terminó de llover me fui a buscar un teléfono público para hacer una llamada de feliz cumpleaños muy importante...
Después de gastarme todas las monedas que tenía en tratar de comunicarme por teléfono, decidí que dado que el día no parecía querer mejorar y todavía me faltaban 4 horas que cubrir, lo mejor que podía hacer era irme al Paddington Pride, el pub cerca del hotel y de la estación de tren que debía llevarme de vuelta a Heathrow.

Llegué, me senté en la barra, pedí una Guiness y un típico fish and chips, y seguí leyendo ahí...
Al poco rato ya estaba charlando con las bar tender (sep... "las"... dos chicas divinas), otro bar tender que me convenció de probar una cerveza australiana, y un par de escoces viejos borrachos que se la pasaron cantando canciones del Celtic en pleno barrios del Chelsea... los querían matar!!!!
Cuando llegó la hora, partí hacía el hotel a buscar mis valijas y de ahí a la estación de vuelta a Heathrow y de vuelta a casa...
Definitivamente Londres es una ciudad absolutamente increible. Lord Wellington dijo una vez, alló por principios del S. XX:
"Quien está cansado de Londres está cansado de la vida, porque Londres tiene todo lo que la vida puede ofrecer".
Y tenía razón...