Érase una vez, en un país muy muy lejano, una niña con sueños (*).
Los sueños, como casi siempre sucede con muchos sueños, se enfocaban en ideas y planes a futuro que, con un poco de buena fortuna no libre de esfuerzo, se convertirían en realidad... en el futuro, valga la redundancia. Y esta niña creía realmente, que aquello que se gana con esfuerzo tiene un sabor especial...
Entonces esta niña primero se alejó de su familia, sus perros y su terruño, para comenzar a forjar ese futuro. Luego estudió, no vamos a decir que como loca, porque a esta niña le gustaba demasiado divertirse, pero así y todo terminó la universidad con un promedio por MUUUUUUCHO superior al de muchos candidatos a funcionarios en el gobierno de turno (*). De todas maneras, antes de terminar con sus estudios, ya se puso a trabajar, porque parte de esos sueños incluían que ese futuro soñado fuera, si no de fábula, al menos cómodo. Eso hizo que el esfuerzo fuera superior al acostumbrado, pero era joven y con energía suficiente como para poder hacer todo (o casi).
Y empezó de abajo... con el salario mínimo, pero muchas ganas de aprender. Y como esas ganas se notaban, y el esfuerzo era contínuo, eso fue rindiendo sus frutos como para comenzar, de a poco, a incorporar más trabajo y más responsabilidad, y con eso más cansancio y también más salario, así que el incentivo a aportar más y más esfuerzo también iba creciendo.
Y un día se enamoró... y tuvo un novio... y formó una pareja. Y con la pareja llegó la posibilidad de compartir gastos, y con eso llegó el ahorro. Y con el ahorro, un nuevo sueño por sorteo o licitación, hasta que llegó plan del autito. Y algún viajecito de cabotaje para vacaciones gasoleras...
Y con eso, planes de casamiento, y perdices, y otras yerbas (antes de que se convirtiera en un bien de lujo).
Y mientras tanto la carrera seguía creciendo... de a poco... con algunos incentivos mejores, algún que otro bonus, y el ahorro aumentó un poco más.
En el medio, la pareja no resultó. El auto se dividió, el departamento se achicó y la perra se mudó, pero no todo estaba perdido. Todavía tenía las sábanas de algodón que hizo su mamá y que bordó a mano, que se guardarían inmaculadas en el fondo del placard hasta que llegara el día de poderlas compartir.
Pero los pequeños fracasos personales no hacían que los planes a futuro mermaran o que la fuerza disminuyera, y así una y mil veces, y todas las necesarias, volvió a empezar. Y continuó soñando con un nuevo príncipe del color del tiempo (todos sabemos que los azules destiñen y manchan)... y también continuó ahorrando... una parte, la derivaba a su plan de retiro porque eso también era parte de su futuro, y con la otra parte hizo algún viaje, disfrutó, se endeudó, compró zapatos.... (* de nuevo).
Pero un día, esos pequeños planes de futuro comenzaron a deshacerse. Un día se quedó sin plan de retiro. Otro día vió como la inflación se comía sus pequeños ahorros, entonces decidió invertir en algún bien que no se desvalorizara, pero eventualmente eso también desapareció...
Y de pronto empezó a sentir miedo, y se dió cuenta que el miedo venía de que eso sucedía porque ya no tenía sueños. Y los sueños los perdió cuando empezó a pensar que el futuro en realidad no existe, que los sueños a veces no se realizan porque realidades ajenas los van arrebatando de a poco.
Y estrenó las sábanas con ella misma... y después se tomó esa botella de vino que venía guardando para una "ocasión especial" que no parecía estar lo suficientemente cercana como para que el vino no se convirtiera en aceto...
Y colorín colorado, este cuento no ha terminado...............................................
(*) Los personajes de esta historia son ficcionales. Cualquier parecido con la realidad correrá por su propia imaginación, aunque la autora no niega que su imaginación PODRÍA haber sido influenciada por alguuuuuna cosa que
"le pasó a una amiga" o que leyó en algún diario más bien tirando a oligarca... je!